miércoles, 17 de junio de 2009

Mis bichos 4

Con la tontería de "se regalaba gatica" había dejado un poco de lado la historia de mis bichos (de la gatica nueva, Bagheera, ya haré otra entrada cuando toque).

Hoy voy a hablar del animal que sustituyó el hueco que dejó Aguachinnai (mi primera cobaya) en mi corazón. Lo cierto es que no fue mucho el hueco, ya que como se murió pronto casi no le cogí cariño. Sin embargo yo seguía empeñado en que quería una cobaya así que volví a hablar con mi amigo Emilio y le dije que me trajera otra de su campo, a ser posible que fuese pequeña aún, que no estuviese llena de remolinos y que no tuviese ninguna enfermedad terminal. Ese fin de semana me trajo a Pitusa.


Pitusa era una cobaya de pelo corto marrón y blanca muy parecida a la de esta foto, pero con los ojos rojos y alguna mancha en un marrón más claro. Era pequeña cuando la trajo y desde casi el principio se acostumbró a mi voz y chillaba cuando la llamaba. Al cabo de un mes descubrí que más que Pitusa era Pituso

Para el año siguiente le hice una jaula de dos plantas usando un cajón de armario y tela de gallinero. Le encantaban las pipas, la lechuga iceberg y los tomatitos cherry (todos productos que el verdurero me vendía a muy buen precio), aunque se le veía mucho más feliz cuando al volver a vivir en Tíjola la instalé en el patio y la dejaba suelta. Ahí ya respondía a las voces de toda mi familia e incluso al sonido de las llaves de casa. Se volvía loco llamándonos y, cuando alguien entraba en el patio, se le subía en el pie y empezaba a gritar. ¿Habéis escuchado alguna vez a una cobaya dando voces? Es un ruido muy gracioso, como si estuviese silbando.


Todos estaban ya acostumbrados ya a Pituso y llevaba varios años con nosotros (creo que 4), pero una nochebuena palmó... culpa mía. Y no sé si palmó envenenado o de empacho. El caso es que en nochebuena íbamos a cenar con la familia y volvíamos a la mañana siguiente, así que en lugar de acarrear con la jaula (ya había bastante con tener que llevarnos a Dora) decidí llenarle la jaula de comida, entre la que había lechuga, pipas y cáscaras de habas, que le encantaban también. Al día siguiente estaba bien y se lo había comido todo, pero esa noche cuando volví de marcha completamente borracho me lo encontré en la jaula con convulsiones, y al día siguiente yacía muerto. No sé si fue por la enorme cantidad de comida que ingirió o porque las cáscaras de habas podían estar sulfatadas. Una pena, para ser una cobaya era muy bonico y simpático y a este sí que le cogí cariño a lo largo de los cuatro años que lo tuve. Fue mi última rata.

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