lunes, 6 de julio de 2009

Mis bichos 5

Hoy voy a contar un poquito más sobre mis mascotas. En esta ocasión le toca el turno a Paul, el Podenco loco.

Paul era un podenco blanco muy bonico. Se lo pilló un conocido mío del pueblo para tenerlo con su novia en Granada. Sin embargo ese verano ella volvió a Melilla a pasar las vacaciones y no se pudo llevar el perro, por lo que ese año Paul pasó el verano en Tíjola, verano en el que este conocido cortó con la novia, así que se le quedó el perro un poco colgado. El curso siguiente, mis compañeros de piso y yo teníamos la intención de pillarnos un perro, y el dueño de Paul nos hizo una oferta: Nosotros lo cuidábamos durante el curso y para las vacaciones en el pueblo se lo podía quedar él (aunque a las primeras vacaciones que fuimos a dejárselo dijo que no quería saber nada del perro, por lo que tuvimos que apañarnos).


Paul estaba loco. No se le podía acariciar, ya que el interpretaba las caricias como juegos, y su manera de jugar era morder. Empezaba suave, pero poco a poco se iba calentando hasta llegar un momento en que atacaba con toda su mala leche y los ojos inyectados en sangre. Ahí para pararlo había que golpearle fuerte y hacerle daño, porque de otra forma no paraba de atacarte y seguía llendo a más.

También era el perro más desobediente y broncas que he conocido. Cuando lo sacábamos a pasear a un descampado donde iba todo el mundo a pasear a sus perros, Paul era el único que se tenía que pelear con todos. En una ocasión lo tuvimos que llevar a urgencias para que le dieran puntos en la cabeza cuando atacó a una Pitbull y esta se defendió.

Para colmo, no hacía sus necesidades cuando lo paseábamos, sino cuando le entraban ganas y donde le apetecíam, ya fuese en el salón, en el pasillo, encima de una cama o por las paredes y muebles de un dormitorio.

En algunas ocasiones (unas 4 ó 5 veces al día) le entraba la locura y comenzaba a correr como un loco por el pasillo chocando con las paredes y saltando al sofá (hubiese quie hubiese).


Al final resultó ser una carga. De los compañeros de piso que estábamos sólo Víctor y yo nos ocupábamos de él y al volver a Tíjola en vacaciones (ya que el que nos lo encasquetó de cachorro no quería saber nada de él) yo no me lo podía quedar porque tenía a mi Dora y al Pituso y en casa de Víctor no lo querían ni ver.

Un día paseándolo por Tíjola llamó la atención de mi vecino y yo le conté su historia y se lo ofrecí como regalo. Él me dijo que tenía unos cuantos podencos más en su cortijo y que todos tenían esa personalidad de locos. Aceptó al perro y se lo llevó a sus tierras donde se hizo el jefe de la manada y pasó de vivir en un piso de estudiantes a vivir en el campo con más de su misma especie y ejerciendo labores de perro cazador, propias de su instinto. Según me contaba, engordó un poco e incluso se volvió obediente.


Desde aquel día no lo he vuelto a ver (y en un par de ocasiones busqué el cortijo de mi vecino pero no lo encontré). No sé si estará vivo aún, pero lo que sí sé es que desde que lo regalé el perro fue feliz (quizá por eso con nosotros en el piso era un auténtico psicópata dominante violento y desobediente). Nunca vi un perro que se marease más en un coche, y los mareos le hacían babear, vomitar, mearse y cagarse, por lo que los viajes eran un calvario para todos.

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